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Rodrigo de Paul y cómo perdonó sus pecados

En octubre el mediocentro estaba condenado al infierno, pero ahora goza de los bienes del Atlético

“Bienaventurados los que nunca dejan de creer. Bienaventurados los que piensan en el partido a partido.” Dos frases del profeta Simeone que están grabadas a fuego en la Biblia atlética y que todos los fieles de su doctrina deben seguir. Sin embargo, una oveja del rebaño llamada Rodrigo de Paul se desvarió a principio de temporada. Muchos lo veían fuera del redil para la próxima campaña, pero el mundial y alguna que otra penitencia le han reconducido por el camino del bien. Bien para él, porque está mostrando el nivel que se le esperaba desde su fichaje y bien para el equipo, que es otro cuando “el motorcito” está enchufado.

Pereza… y un poco de lujuria

Ni un mes llevaba de temporada el Atlético cuando Rodrigo de Paul pecó de forma capital. No se supo si ya no le apetecía jugar más, si le daba pereza volver a ponerse la elástica rojiblanca o si se estaba decantando por la vía de los excesos. Sea como fuere, el argentino dejó la concentración del club durante unos días para volar a Miami por unos asuntos personales, o eso pensaba el club. Ni se inmutó cuando miles de flashes le cegaron en la alfombra roja de los Billboard al lado de Tini, y lo peor es que tanto el profeta Simeone como sus evangelistas no estaban informados de nada de esto. La parroquia rojiblanca se llevó una decepción enorme, y el Cholo le mandó a rezar el rosario al banquillo unos cuantos partidos. Las mentiras piadosas también son pecado.

Dicen que dos pecados leves se convierten en pecado grave, y Rodrigo de Paul pecó pero esta vez sin excusas. Muchos jóvenes (probablemente fieles atléticos) le pillaron dándolo todo en la Sala On de Madrid a dos días de un partido liguero. A juzgar por los vídeos que se hicieron públicos, de Paul estaba a punto de encontrarse con San Pedro para que le abriese las puertas del cielo. El segundo círculo del infierno de Dante, el de los lujuriosos, no quedaba muy lejos para él.

La redención del motorcito

Con todo esto, Rodrigo de Paul estaba con un pie y medio puesto en el purgatorio, o lo que es lo mismo, el mercado. El club ya veía imposible recuperar los 35 millones de euros desembolsados hace dos veranos y la avaricia es necesaria en una entidad con deudas. Pero Rodrigo se fue de retiro espiritual a Qatar para pensar en lo que había hecho y volvió con dos cosas muy importantes: la medalla de campeón y el fútbol que todos saben que tiene. Ahí empezó su Via Crucis.

Su comienzo fue contra el Valladolid. Demostró templanza, calidad y sus balones diagonales a los extremos que son mano de santo. Pero el juicio final para él llegaría en la Copa del Rey contra el Real Madrid. Se disfrazó de monje, se encapuchó el hábito y dió un recital de como jugar de interior en la primera parte. A pesar de la derrota, el foro atlético gozó con la actuación del argentino y gran parte de la afición le volvió a acoger en comunión. Desde ese día, Rodrigo de Paul ha jugado a imagen y semejanza de ese lunes copero: encuentros donde no falla un pase y otros en los que pide prestada la batuta a Koke para hacer sonar la orquesta colchonera. Aún es pronto para convertirlo en santo, pero desde que acató los mandamientos la iglesia canta, el profeta Simeone guía y Rodrigo tiene fe en la idea.

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