
El ganador de este mundial de fondo de Imola 2020, ciudad italiana de la región Emilia Romagna, debía ser un corredor explosivo, con punta de velocidad y que pueda superar fácilmente cuestas empinadas. Efectivamente, el francés cumple a la perfección los requisitos. Incluso él añadió un ingrediente más, quizá el más importante: atacar en el momento adecuado. Julian Alaphilippe, la esperanza del ciclismo francés desde hace varios años, consigue el oro en una carrera de fondo de 258,2 kilómetros divididos en 9 vueltas de 28 km cada una. Cada giro comenzaba y terminaba en el Autódromo Enzo e Dino Ferrari (circuito donde este año también habrá Fórmula 1). El resto del podio estuvo completado por el belga Wout Van Aert, máximo favorito después de su gran nivel en la vuelta francesa, y el joven suizo Marc Hirschi. Tres corredores que vinieron con una marcha más a este mundial después de haber competido en el Tour de Francia hace realmente poco.
La selección española realizó un buen papel. En el último paso por meta aún aguantaban con los mejores Alejandro Valverde, Mikel Landa, Luis León Sánchez, Pello Bilbao y Jesús Herrada. El seleccionador, Pascual Momparler, debe estar orgulloso, ya que su equipo consiguió introducir un corredor en todos los ataques importantes. Al final, ningún español pudo seguir al grupo de favoritos en la ascensión de Gallisterna. No obstante, gran resultado de Valverde (8º). Undécima vez que el murciano finaliza entre los diez en primeros en un mundial.
Este era un recorrido propicio para los españoles. Un circuito exigente con más de 5000 mil metros de desnivel positivo acumulado en el que los sprinters no podrían aguantar con los mejores. Esta dureza ha podido provocar que no participaran ni el último arcoíris, Mads Pedersen, ni el tres veces campeón del mundo, Peter Sagan. Los 28 km escondían dos trampas; dos cotas realmente duras. Primero la ascensión a Mazzolano, casi tres kilómetros al 6% de media y con 1 km al 9,6%. Acto seguido, la cota Gallisterna, todavía más exigente y con una pendiente máxima del 14% en la mitad de la subida. A esto había que sumarle que los ciclistas tenían que subir cada cota nueve veces y, para más inri, la amenaza de lluvia.

Evolución de la carrera
La lluvia, finalmente, no cayó sobre la ciudad de Imola y el poco público que podía presenciar la carrera no se mojó. No hizo falta el agua en ningún momento, ya que la emoción estuvo por todo lo alto. No tanto al principio del día. En la primera vuelta se organizó una escapada. Siete corredores de distintas nacionalidades iban en busca de la victoria y, sobre todo, de visibilidad desde los primeros kilómetros. Entre ellos no estaba, y tampoco en el pelotón, el kazajo Alexey Lutsenko. El ganador de etapa en este Tour de Francia había dado positivo por Covid-19 antes de la salida.
La fuga llegó a disponer de siete minutos de renta. Sus pocas opciones de éxito las tiró por la borda el equipo francés en la vuelta 7. De la mano de Quentin Pacher y Nans Peters aumentaron el ritmo del pelotón, neutralizaron la escapada y redujeron el número de corredores en el grupo de favoritos a falta de más de 60 kilómetros por disputarse. Antes de terminar la antepenúltima vuelta, el vigente campeón del Tour de Francia, el esloveno Tadej Pogacar, tenía que cambiar de bici por una avería. Afortunadamente, entraba al grupo al principio del penúltimo “giro”.

Al esloveno no le afectó en absoluto este calentón, ya que a 41 km de meta, en la subida a Gallisterna, el intrépido y espectacular corredor atacaba para irse en solitario. El combinado belga, liderado por Van Aert, no cayó en la trampa (si se desfondaban en la persecución, Roglic podría rematarlos en la última vuelta) y dejó marchar a Pogacar. Este no tenía suficiente con el maillot amarillo, el blanco y el de montaña en el Tour. Quería más. En el paso por meta para arrancar la vuelta decisiva, el pelotón perdía más de 20 segundos. No era imposible, la joven estrella podía lograrlo. Pero las esperanzas se esfumaron en la subida a Mazzolano. El pelotón, en el que ya no había más de 30 efectivos, liderado por Bélgica recortó la distancia y atrapó a Pogacar. En este momento comenzaron las hostilidades. Lo intentaron Dumoulin, Nibali y Urán, pero Landa y Van Aert cerraron todos los huecos. De momento la batalla quedaba en pausa para la segunda cota.
A falta de 20 km para el final, los ciclistas afrontaban por última vez la ascensión a Gallisterna. Momento clave de la jornada. Se sabía que de este pequeño pero matador puerto podría salir el ganador. Y así fue. El belga Van Avermaet, el actual campeón olímpico, impuso un fuerte ritmo desde el principio. De repente, apareció Hirschi, el premio a la combatividad del Tour de Francia lanzaba un ataque clave para justificar el esfuerzo de la selección suiza durante toda la etapa. Le seguían los favoritos, excepto Valverde, que se quedaba más atrás con Landa. Faltaban las fuerzas. Se iban por delante el suizo, Alaphilippe, Roglic, Fuglsang, Van Aert y Kwiatkowski. El polaco, campeón del mundo en 2014, imprimió un fuerte ritmo al final de la subida que hizo sufrir al resto, pero Alaphilippe sacó fuerzas de donde no las hay y se escapó en solitario rumbo a la gloria.
Los otros cinco gallos comenzaron la persecución en el descenso. Sin embargo, no pudieron recortar en ningún momento el margen de 15 segundos que tenía el galo. Al entrar en el Autódromo de Imola, a falta de tres kilómetros, Julian ya dejaba de mirar hacia atrás, se veía ganador. El grupo perseguidor no se relevó correctamente. Tal vez porque no querían regalarle la victoria al mejor sprinter de los 6, Wout Van Aert; o porque prefirieron conformarse con luchar por la plata y el bronce, ya que vaciarse en la caza del francés suponía, si no se relevaban equitativamente, quedarse sin medalla. Después de 6 horas y 38 minutos teníamos oro, plata y bronce. Ningún español tocó metal. Hacia 23 años que un francés no ganaba el oro en un mundial. Van Aert, que seguramente no pudo seguir a Alaphilippe porque había gastado muchas energías previamente, consiguió su doblete de platas en Imola, y Hischi se hacía con el bronce por muy poco. Alaphilippe podrá decirle a su padre algún día que fue campeón del mundo. A partir de ahora habrá que acostumbrarse a verle de arcoíris.

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